martes, 14 de mayo de 2013

Del Eros al Thanatos: Una apología al amor


"Pues el Ángel de la Muerte extendió sus alas al viento, y posó su aliento sobre la cara del enemigo al pasar, y los ojos de los durmientes se tornaron muertos y helados, y sus corazones antes latientes, ¡Ya por siempre parados! (Gergoe Gordon Byron, “La destrucción de Sennacherib”)

La vida y la muerte, la luz y la oscuridad, el amor y el odio, todas caras de una misma moneda, la cual debido al cruento paso de la vida, el tiempo y la propia existencia van creciendo como dicotomía a los ojos de las almas de cada mortal, el cual ve como la dialéctica y la confrontación van tomando cada vez más peso en su propia visión.

Hablar de existencia es hablar de confrontación, es hablar de que más allá del deseo propio de subsistir hay una inherente condición de trascender e ir más allá de los limites que nos impone la propia condición humana y el mismo paso del tiempo que inapelablemente nos lleva por una senda cuyo final ya esta escrito de antemano y que más temprano que tarde termina con el inevitable desenlace del cese de existir.

En el fondo de esta gran dicotomía, que desgraciadamente parece no tener más vueltas ni finales que las interminables historias ya contadas, subyace un deseo muy superior a cualquier otro y que hace que esas mismas historias tengan un sentido y que al final la misma existencia tenga un sentido por si misma. Me refiero a la vida misma, pero no a esa vida carente de sentido ni a esa existencia pasiva frente a la eventualidad, sino a esa vida llena de intención y de deseo que más allá de la trascendencia obligada busca la gloria anónima, esa gloria de sentir que se entrego todo por un ideal, por una causa, por una idea.

Pero en el fondo ¿Qué nos lleva a esa entrega?, a esa faena que después de todo termina por darle un sentido heroico a una existencia tan fugaz como la vida y que después de todo nos reconforta con una agonía placentera al despegarse de la vida con una sonrisa en la cara al sentir que se hizo lo correcto, con esa sonrisa que dice quizás más que la propia vida al rememorar cada historia antes de la última campanada y de ese último aliento con el que la muerte se hace nuestra compañera y donde el Thanatos retoma su infinita tarea de renovar el ciclo.

Ese sentido viene de lo más profundo del ser, donde todo lo virtuoso tiene su génesis y donde nace el motor de la verdadera voluntad que nos lleva a alcanzar, más que las metas, la verdadera esencia de la humanidad, esa chispa que convierte la más densa de las noches en el más luminoso de los amaneceres. Me refiero en última instancia al amor, pero no al amor idealizado ni mucho menos al amor prostituido por miles de historias cuyo rosa color podría enturbiar cualquier idealismo, ni a ese amor químico que adormece y envicia al cuerpo y a la mente. Me refiero al amor verdadero, no ese amor cristiano que promulga un falso sacrificio y la sumisión, sino al amor real que es digna expresión de todo lo vivo, de ese amor que da una madre al entregar la vida por sus hijos o el amor de una amistad que dura toda una vida. Ese sentimiento que nos lleva cada día a entregar más y que nos mueve a crear, a sentir, a vivir y a compartir. Ese amor que al final nos dice que somos todos seres sensibles sin importar condiciones ni pretextos y que nos invita a sentir que sólo existe una clase, la clase humana donde las existencias son compartidas.

Permitidme que diga, aún a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario se guía por grandes sentimientos de amor”
Ernesto Guevara


Con estas simples palabras se hace presente que ni la más cruenta de las batallas se puede librar en base al odio y que la búsqueda de la justicia es una gesta que se construye desde lo más puro del corazón, porque en este vaivén de emocionalidades superfluas el fin último es no perder el fin, no perder ese norte que nos lleva siempre a dar lo mejor, a entender ese verdadero sacrificio que significa el dar la vida aun consciente de que significa poner fin a todo.

Más allá de vida o muerte y las inherentes repercusiones de aquello existe algo superior en el sentido de entender que aquello que se construye en base al amor es fácilmente destruido en base al odio, donde el Thanatos se convierte en precursor de la propia destrucción de la humanidad y donde Eros se esgrime como último bastión de resistencia ante este cada vez más cercano fin.

Entender conceptos que suelen parecer tan cercanos a veces sin amor es un sinsentido, ya que la fraternidad sin amor es como una nave sin tripulantes, la cual vaga sin rumbo en las turbias aguas de una esencia que pocos ya se molestan en comprender y donde cada vez parece más complejo construir.

Indiferente de la batalla que se pelee y de cuan ardua parezca lo fundamental es jamás perder el foco de lo que realmente es importante, porque no importa cuanto se construya, si esto se basa en el odio y en la división se volverá a caer una y otra vez en un circulo sin sentido de destrucción y muerte, porque lo único que al final del día nos mantiene unidos y es la verdadera esencia de la existencia es el amor real a cada ser, porque si perdemos aquello, finalmente habremos perdido la última de las batallas frente a la muerte y en ese momento ya no quedará nada más porque luchar.












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